Aquella mañana, como cualquier otra en los últimos 20
años, el molinero se acercó al palacio esperando ser
recibido por el rey.
¡A ver quién es el valiente que abre la boca en este momento! – cuchicheaban los criados escondidos tras las puertas de las principales salas.
No era la mejor ocasión para interrumpir. Federico El Grande tocaba la flauta sentado en el Salón de la Música. A través del ventanal gigante, miraba fijamente la imitación de ruinas romanas que habían construido para él, en los jardines de Sanssouci.